NÚMEROS – En la Antigüedad, en Occidente, los números no sólo tenían un valor cuantitativo. Contenían un código secreto para interpretar el universo y sus leyes, y Pitágoras de Samos, el gran filósofo y genio matemático que vivió en Grecia en el siglo VI a.C., fue uno de sus más ilustres y expertos conocedores.
Según Pitágoras, todo era número y a cada número correspondía un símbolo, un sonido, letras del alfabeto, planetas. Los números determinaban el ritmo, lo que daba movimiento y permitía que el universo y la materia existieran de forma ordenada.
Todas las partes constitutivas del mundo se caracterizaban por una concatenación numérica que regulaba la relación con todo lo que le rodeaba, expresando así plenamente el enfoque holístico, típico de la Antigüedad, donde Espíritu y Materia se unificaban en el Ser, “la esencia de las cosas”.
Incluso para la antigua cultura china, no había división entre macrocosmos y microcosmos; todo hablaba un lenguaje metafórico, donde la correlación entre los fenómenos que sucedían a los humanos no era más que un aspecto de lo que ocurría, a lo grande, en el entorno circundante.
Su actitud hacia los números era de extremo respeto, ya que simbolizaban lo cotidiano con todo un conjunto de representaciones. Los números poseían un alto poder descriptivo, o mostraban un orden jerárquico y hablaban de la íntima concordancia entre el hombre y su entorno.
Las ciencias antiguas y modernas demuestran cómo la plenitud del cosmos puede remontarse a una alegoría matemática, que pone de manifiesto la armonía de todo sistema vivo; toda la perfección de la naturaleza, desde los copos de nieve hasta el código genético, desde la disposición del follaje de las plantas hasta la naturaleza fractal del hígado humano, está vinculada a secuencias numéricas precisas.
Y es precisamente estudiando y comparando los símbolos de las dos culturas como cobra vida un nuevo modelo, una nueva forma de entender al Hombre: EnneaMediCina.