Correr por el parque ayuda a pensar mejor. La gimnasia con pesas, por su parte, sirve para entrenar la memoria. Pero el premio gordo, entre las formas de ejercicio que son buenas para el cerebro después de los 50, se lo lleva el
Tai Chi. Coordinación, precisión de movimientos y relativa sencillez hacen de esta disciplina próxima a las artes marciales un elixir de vida para las neuronas. Si es cierto que todo deporte es bueno para cualquier edad, un grupo de investigadores de la Universidad de Canberra ha intentado elaborar una guía de las distintas disciplinas y sus beneficios para los mayores de 50 años: una edad crítica, escriben los médicos australianos, “para reducir el riesgo de demencia u otras enfermedades neurodegenerativas”. Pero también, sin tener que pensar necesariamente en el Alzheimer, para disfrutar de los efectos positivos del deporte sobre el estado de ánimo y el crecimiento de nuevas neuronas.
El estudio -publicado en el British Journal of Sports Medicine- analiza 39 publicaciones recientes y resume los resultados. Divide las disciplinas deportivas en dos grandes familias: aeróbicas y de fuerza. Las primeras incluyen la carrera o marcha rápida, la natación, el ciclismo y, en general, todas las actividades que pueden realizarse durante largos periodos de tiempo a costa de una disnea moderada. Los deportes de fuerza, por su parte, son aquellos que fortalecen los músculos principalmente mediante el uso de pesas.
Las actividades aeróbicas”, explican los investigadores, “son especialmente beneficiosas para las funciones cognitivas del cerebro. Es decir, mejoran la capacidad de razonar, comprender ideas, aprender, establecer conexiones y utilizar la propia creatividad”. Dos prácticas que no son fáciles de clasificar, como el Tai Chi, tendrían el mismo efecto. Este último, escriben los científicos, “es un deporte poco convencional pero especialmente adecuado para personas que no son del todo eficientes físicamente”. Cuando se trata de mejorar la memoria (que, puede ser una coincidencia, a menudo se compara con un músculo), los deportes de fuerza tienen “un efecto pronunciado”.
Para que los efectos del ejercicio se noten en el cerebro, advierten los médicos australianos, es necesario alcanzar el umbral de 45 a 60 minutos de actividad al menos moderada (hay que sentir un mínimo de falta de aire). En cuanto a la frecuencia, sólo se aplica un lema: tan a menudo como sea posible. Incluso un solo día de deporte es preferible al sillón.
De hecho, la gimnasia actúa sobre el cerebro favoreciendo la división de las neuronas (especialmente en el hipocampo, la zona relacionada con la memoria y el aprendizaje) y aumentando su plasticidad (es decir, la capacidad de formar nuevas conexiones). También favorece el nacimiento de nuevos vasos sanguíneos (mejorando así el aporte de nutrientes al tejido cerebral) y reduce los procesos inflamatorios.
Un estudio estadounidense, en junio del año pasado, había ido en busca de la relación entre los beneficios del deporte sobre los músculos y los del cerebro. Investigadores financiados por los Institutos Nacionales de Salud habían escrito en Cell Metabolism que una enzima particular (la catepsina) B es producida por los músculos tras el esfuerzo, consigue atravesar la casi impenetrable barrera hematoencefálica y aquí entra en acción, favoreciendo el nacimiento de nuevas neuronas. En enero de 2016, en la revista Journal of Physiology , un grupo de la Universidad finlandesa de Jivaskyla había medido en roedores el efecto de varios deportes sobre las neuronas del hipocampo.
La mayor proliferación coincidió con los deportes aeróbicos, seguidos de cerca por los de fuerza. Ninguna ventaja (para el cerebro) procedía del entrenamiento de alta intensidad, compuesto por esfuerzos cortos pero muy vigorosos.